Cuando conducís el coche, te molesta que quien está junto a vos, te diga qué camino tomar, que te detenga, o insista en que debes tener cuidado. Vos sos la única que sabe lo que hace. Nunca haces caso de quien quiere decirte como manejar.
Comparé las similitudes que tiene este ejemplo, con nuestra vida.
Nuestro coche se llama “vida” y todos tenemos uno. Todos somos los conductores de nuestra propia vida.
Desafortunadamente, no todos lo aceptan, y quieren ser pilotos de todos. Otros, son conductores miedosos, que les gusta preguntar a cuantos tripulantes tienen, que deben hacer. Y como resultado, tienen accidentes, o no están satisfechos con su vida.
Es más fácil culpar a otros de sus fracasos, que ser responsables de sus decisiones.
Porque el precio de seguir los impulsos de tu corazón, de tomar tus propias decisiones, es la posibilidad de fracasar. Nadie puede esperar tener éxito en lo que le gusta con tan solo unos intentos. La historia está llena de hombres que estuvieron peleando por sus ideas, y que después de fracasos temporales, obtuvieron el éxito. Aplicaron la persistencia en sus sueños.
La sensación de libertad, de asumir el control de tu vida, te dará una seguridad y energía interior que no tiene precio.
Detén a esa persona mata pasiones, y no la escuches cuando quiera dirigir el coche de tu vida a una velocidad diferente a la que tu lo haces. Porque no conoce por qué haces lo que haces. No conoce tu vida, como tú la conoces. No comprende tus sueños y motivos.
Finalmente, en sus consejos esa persona proyectará lo que es. Lo que haría en tu lugar.
Hubo momentos en los que elegí el camino de la resignación. Me excusé ante mi mismo con mil pretextos de porqué había fracasado. Pero no dejo de pensar que pude haber elegido la otra vereda y que pude haber tenido éxito.
Te invito a que experimentes la emoción de conducir el coche de tu vida. Disfrútalo a tu ritmo, a tu manera: Y CONDÚCELO HASTA LAS ESTRELLAS.
¡SUERTE!
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